Cuando se habla del teatro español del
siglo XX, además de la brecha que supuso la Guerra Civil y su
posterior postguerra con un régimen consevador dictatorial, se habla
del cambio que supusieron para la escritura y concepción del teatro
Valle Inclán y García Lorca.
Valle, con su universo lleno de
personajes modernistas, que muestran una realidad deformada e
inexistente y Lorca con una gran carga simbólica y poética tanto en
los elementos textuales como en los extratextuales como son los
juegos de luces, la música o los escenarios.
Esa revolución que supusieron en
principio ambos autores es discutible. Tras la guerra el teatro
vuelve a cauces estandarizados, con obras de gran valor literario y
social. Desde cualquier prisma, aunque sobre todo desde el de los
autores afines, la realidad se muestra por presencia o por ausencia.
Obras como La Muralla o la Corbata muestran los
estragos de la guerra Civil y son algo así como preludios a la obra
de los Buero o Sastre.
La obra de Valle y su universo
deformado, sus hombres mirados en los espejos que devuleven imágenes
irreales, sus obras más bien irrepresentables y faltas en ocasiones
de un significado directo que no fuera simbólico o estético, no
produce un efecto prolongado en el teatro español. Hasta Arrabal o Nieva no hay un teatro
similar al de Valle, tan apabullador en el lenguaje como difícil en
las tablas.
La obra de Lorca, sin embargo, cuando
huye del surrealismo es una obra no sólo perdurable, sino
transportable a cualquier lugar y época, dramas y tragedias íntimas
y personales que aún suceden, que permanecen y que están tratadas
con una estilización lingüística a la vez lejana y cercana a la
obra poética del autor granadino.
Sus palabras en el teatro están al
servicio de trasmitir un mensaje, de contar una historia, mientras
que en la poesía quieren trasmitir más una sensación. La
genialidad de su teatro está en poner su magnifico sentido
lingüístico, su personal concepción del lenguaje y del idioma
español a servicio de la trama, de la tragedia de sus personajes.
El peso en el teatro español de ambos
es innegable, pero tal vez menor de lo que se dice.
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