Llega un momento en que las canciones
dejan de pertenecer, en cierta medida, a su autor y pasan a ser de
dominio público. Dejan de ser una canción escrita por un hombre,
para ser una canción cantada por un público, conocida por todos,
una canción que se acerca a la gente y la pertenece. Una de esas
canciones que llamaríamos populares y que si no hubieran existido
medios de grabación y reproducción seguiría por ahí, cantada de
unos a otros y recordada por muchos.
Eso conlleva que la canción tenga
muchas versiones. Que la canten hombres y mujeres. Que cada uno la
haga suya, omitiendo palabras, adjuntando otras, cambiando el ritmo,
el estilo de la música que la acompaña. Y conlleva también que no
se sepa quién la escribió. Para unos, más jóvenes pertenecerá al
último que la cantó, pero otros sabrán de verdad de quién es.
Cuando Cat Stevens quería ser autor de
canciones para otros, y no cantante, antes de convertirse en Yusuf
Islam y relacionarse, supuestamente, con financiadores del
terrorismo, cuando aún parecía un hombre normal, con pinta de
hippie de los setenta, como todos, escribió para una de las chicas
del soul de su época The fist cut is the deepest.
Podría no haber escrito nada más
nunca. Sólo con eso, con esa canción, con ese estribillo ya había
conseguido entrar en el cielo de la música. Una canción sentimental
y pegadiza. Una canción de ruptura y vuelta, que describe el
sentimiento amoroso, que lo alienta. Una canción triste y alegre.
Una canción que lo tiene todo.
Así es la canción que han cantado
desde entonces cientos de artistas, la canción que ha pasado al
acerbo popular y que todos pueden sentir como suya, porque en algún
momento han sentido que esa primera herida, ese primer corte, es el
más profundo.
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