Paseando por las ciudades españolas,
se ven colas en las puertas de los museos y cabe preguntarse para los
que vemos, vivimos y circulamos día a día por esas ciudades por qué
visitarlas, por qué visitar sus museos.
Normalmente son los residentes de las
ciudades los que menos conocen lo que guardan sus museos. Saben donde
están estos por las colas que hacen los turistas a sus puertas. Pero
la mayor parte de las veces no saben qué hay en su interior, qué
guardan esas paredes, qué se puede vistiar y qué se puede conocer
en ese lugar.
Muchos de esos museos son visitables
por sí mismos. Por estar en edificios que merecen ser apreciados más
allá de lo que guarden o de lo que muestren. Edificios que son una
obra de arte o una fuente de curiosidad para los que quieren saber
qué guarda por dentro.
Y en muchos casos guardan obras
emblemáticas. Sería fascinante trazar un atlas de la pintura, la
escultura o la arquitectura española. Muchas pequeñas localidades,
medio deshabitadas, perdidas en pequeñas provincias o en remotos
pareajes acojen repentinamente una maravilla artística.
Obras del Greco, Goya, Velázquez o
Murillo, esculturas de Salzillo, edificios de Herrera. Maravillas
románicas. Retablos expuestos en Nueva York. Palacios renacentistas.
Y así continuamente. Puediendo llegar a crear un museo infinito, un
museo imposible de visitar de tan grande como sería.
Esas colas de los museos serían
mayores si supierámos lo que esconden en su interior, si pudiéramos
llegar a comprender la grandeza del espíritu humano, lo único y
personal y diferente y aún así cercano que muestran y ofrecen para
todos. Incluso para aquellos que pasamos por sus calles sin
percatarnos de lo que esconden dentro los edificios, de lo que está
guardado y esperando para mostrarnos lo mejor y lo peor de la
condición humana.
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