Había dejado de brillar el sol, pero el calor era, no sé cómo, mayor, así que nadie dormía en la casa. Los patos se arrancaban las plumas que no necesitaban y discutían entre ellos por ver cuál daba aire al otro con sus pies palmípedos.
La terapeuta se remangaba la camiseta por encima del ombligo y se ponía el más corto de los pantalones. Con un spray de los de las peluquerías se echaba agua a cada rato, pero se confundía con el sudor o se evaporaba muy rápido como para refrescarse.
Yo, que todo me da un poco igual, continuaba con mi ropa y mi rutina y si no dormía era más que nada porque estaban allí ellos despiertos y no me parecía bien estar roncando mientras ellos no podían dormir. Por eso y porque me habían despertado de un par de leches por envidia.
Decidimos salir un poco en busca de un lugar con aire acondicionado. O con bebida fresca. Nos pedimos unas cervezas en un bar. Allí estaban Luna y Sol nuestras amigas públicas. No podían trabajar con ese calor. Se ponían a sudar a los dos segundos de intentarlo, así que habían desistido. Más que nada porque un cliente se había desmayado por la deshidratación y se habían dado un susto de muerte.
La cerveza fresca se agradecía, y era buena de beber porque se sudaba rápido y no subía. Pasó un buen rato y el bar se fue llenando.
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