Enfrente de mí no hace falta que te mande mensajes. Trato de no despistarme con los detalles, de no fijarme demasiado en cómo se mueven tus labios, en el acento extraño de tus palabras, en tus palabras mismas que se alejan tanto de las mías, de las que yo suelo emplear. Trato de no despistarme mirándote los pechos, las arrugas que se te hacen alrededor de la nariz. Trato de concentrarme en lo que dices y en responder coherentemente. Trato de hablar simplemente. De la forma directa y abrupta que empleo y te gusta. Luego, lejos ya de mí, tú piensas en lo que dije y lo apuntas para después volver, ante el otro, a decirlo.
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