Nosotros, sobre todo la terapeuta y yo, somos amantes de los patos. El resto de los animales no es que nos den igual, pero bueno, están bien. El pollo está rico. Y el calamar. La sepia. El pulpo. El venado. A lo mejor si conociéramos a alguno de esos animales igual que conocemos patos no los comeríamos, pero no los conocemos.
Resulta que ahora han prohibido a los patos entrar en los bares. En realidad no manchaban, al contrario se comían los huesos de las aceitunas, las cáscaras de las gambas y los panchitos que se les caían a los demás. Pero parece que alguien pensaba que tener a los patos en un bar era malo para ellos. Así que ahora no les dejan pasar. Y nosotros, pues nos quedamos fuera. Ahora que hay terrazas. Luego ya veremos.
Estamos un poco trastornados. No entendemos esta manía de prohibir las cosas. No. No. No. No. El Gobierno se parece cada vez más a mi madre, que no me dejaba nunca hacer nada. Dentro de poco no podremos fumar en ningún sitio, y digo yo, ¿por qué prohibir? ¿por qué no dejar a la gente que haga lo que quiera, que vea lo que quiera, que vaya donde quiera, que fume lo que pueda? ¿cómo voy yo a escribir un blues en un bar sin humo?
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