Sentados en una terraza nos pusimos a hablar con unas alegres muchachas que fumaban detrás de nosotros. Eran unas chicas muy simpáticas, tanto que al rato de hablar, y de acariciar torvamente a los patos, les dijimos que se unieran a nuestra mesa. Y así lo hicieron.
Estuvieron contando su historia. Eran chicas de provincia, aunque no lo parecía por lo poco recatado de sus vestimentas. Y habían venido al centro del país a ganarse la vida. Como no sabían hacer muchas cosas se dedicaban a algo que les daba dinero y se les daba bien: eran putas.
Así lo decían ellas, sin problemas. Hasta me dijeron sus tarifas por si acaso, y aún me lo estoy pensando. Les preguntamos por sus compañeras, por si estaban explotadas, perseguidas y esas cosas. Y nos dijeron que sí, que era una pena como estaba el sector, que había mucha guarra, mucha pobrecilla esclavizada y mucha mierda en general (eran chicas sin pelos en la lengua, en el resto no sabría decir, aunque a simple vista no se observaban). Y ellas propugnaban por una norma que les daría garantías y que mejoraría su vida y la de muchas de sus compañeras, legalizar el sector.
Pagarían a hacienda, tendrían controles por parte del ministerio de trabajo, controles médicos, se mitigaría la explotación, el esclavismo, estarían protegidas de los proxenetas, etc, etc.
sin embargo, les dijo la terapeuta, el gobierno quiere prohibir los anuncios de contactos y censura vuestro trabajo. Además en muchos sitios se detiene al cliente.
Ellas que no sabían lo de los anuncios se quejaron contra el gobierno (no reproduciré sus palabras por temor a la censura), y opinaron conmigo que si no dejaba a nadie fumar ni irse de putas ya podían contratar más policía, porque iba a haber mucha gente enfadada y frustrada. Las cárceles, chicos, nos dijeron, se van a quedar pequeñas.
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