Hay creaciones
culturales que son hijas de un tiempo y que sólo se pueden dar en un
tiempo y que pasado ese momento no tienen mucho sentido, o un sentido
más bien nostálgico. Vistos, leídos o escuchados hoy, han perdido
el sentido, la gracia y la vigencia.
Una de esas
creaciones culturales que podrían pasar por difuntas es la zarzuela.
El género chico español, hijo pequeño de la ópera, con piezas que
mezclaban los entremeses y lo castizo con notas líricas e historias
de todos tipos, fue enormemente popular y muy representado en todos
los teatros de España.
Pero pese a que poco
a poco el género ha ido perdiendo interés por el público general,
y que ha quedado como algo que ya no se crea, que sólo tiene un
limitado catálogo de obras que son las que se representan y
triunfan.
Algo que es difícil
de entender viendo esta situación es el éxito de los musicales,
hijos a su vez de la zarzuela, con sus momentos actuados, sus
historias similares, sus números de baile y su cercanía a la
lírica. Esos musicales que han venido desde Estados Unidos tienen
una relación muy evidente con la zarzuela y colonizan después los
escenarios españoles.
Es decir que ese
género que consideramos casi un fantasma, un género que tiene muy
poca vitalidad, está muy vivo en su reencarnación americana que
después cosecha éxito tras éxito en los teatros.
La editorial Cátedra
publicó hace unos años una Antología del Género Chico, con textos
que recopilan las más famosas y tal vez mejores zarzuelas: La boda
de Luis Alonso, La Gran Vía, La Revoltosa y otros textos están ahí
recopilados, y aunque queden casi como fósiles se puede ver en ellos
lo que después encontramos en los musicales de Broadway y que tanto
comulga con un público que no sabe que la zarzuela está detrás de
todo eso.
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