Un grupo de ladrones
vestidos de militares entre en un sucursal bancaria de un pueblo de
Texas. Allí, arma en mano, roban un montón de sacas con plata. Pero
en la azotea de un edificio vecino un grupo de cazarrecompensas los
espera para acabar con ellos. Esperan dentro del banco a que pase una
marcha contra el alcohol y salen. Y se produce un sangriento tiroteo
entre ambos grupos con muertos de todo tipo: ladrones,
cazarrecompensas, músicos, marchantes, religiosos...
Este es el inicio de
Grupo Salvaje, la película de Sam Peckinpah que fue tachada de de
excesivamente violenta por parte del público y la crítica. Escenas
como la de Ángel arrastrado por el coche del general Mapache o el
tiroteo final constatan esa violencia que golpea al espectador casi
plano a plano.
Vista hoy Grupo
Salvaje no es ni mucho menos una película con exceso de violencia.
Películas con menos justificación atesoran más muertos y más
sangre y más violencia innecesaria. Simplemente dos policías que
intentan coger a un malo asesinan (casi a sangre fría) a muchos más
de los que se ven en la película de Peckinpah.
En el cine la
violencia ha ido creciendo continuamente hasta alcanzar grados tan
altos que hace a Grupo Salvaje una película más. Peckinpah, un
Tarantino de los 60 y los 70, estilizaba su violencia y esta se
presentaba casi siempre con un fin, durante una guerra, durante un
tiroteo por salvar la vida, durante una persecución de venganza. Hoy
en cualquier película de acción la violencia es glorificada y
exhibida para crear diversión. Peckhinpah o Tarantino la estilizan y
la muestran como respuesta lógica del ser humano.
Los protagonistas de
Grupo Salvaje, hombres maduros, en retirada, durante la revolución
mexicana, acostumbrados a matar, cumplen su destino en una escena
final gloriosa, con balas y muertos por todas partes, una escena
final inevitable que cierra la película de la única manera posible,
añadiendo violencia a una historia que la necesita.
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