Durante
años los centros de reuniones donde se juntaba más gente no eran
los espectáculos deportivos, limitados a las corridas de toros,
siendo estas en plazas de los pueblos, improvisadas y delimitadas con
carros, sino los teatros. Pese a que ahora las reyertas, las
trifulcas y la violencia se puede ver en el deporte y nadie
consideraría la ópera o el teatro como sitios peligrosos, lo fueron
durante muchos años.
En
los teatros madrileños había incluso dos facciones diferentes, los
chorizos y los polacos, que se juntaban y discutían en los teatros
durante las representaciones de dramaturgos del momento como Zavala y
Zamora. Durante el siglo XVIII las disputas y el mal gusto en el
teatro fueron tan grandes que las instituciones tuvieron que poner
orden prohibiendo, por ejemplo, los autos sacramentales, que se
habían transformado casi en obras de ciencia ficción que movían
más a la herejía que al culto, como así constataron al prohibir
estas representaciones.
Pero
no sólo en el teatro, también en la música ha habido problemas
entre el público. Mucho más cerca en el tiempo de lo que podríamos
pensar, en 1913 se produjeron incidentes en el estreno de La
consagración de la primavera de Stravinski. Su música y su
representación, demasiado modernas para los oídos de los asistentes
produjeron no sólo pitos y pateos, sino también peleas entre el
público e incluso el lanzamiento de alguna silla.
Evidentemente
unir a mucha gente en un recinto puede provocar incidentes. No todo
espectáculo gusta a todos, no todos están preparados ni educados
como para respetar a los demás. Y pese a que parezcan alejados del
arte y la cultura, los incidentes han acompañado a los libros, las
obras de teatro, la música. Pateos, pitidos, insultos y peleas han
sido habituales en los teatros, entre los autores.
Cuesta
imaginar que los incidentes ocurran ahora en el teatro o en la ópera,
pero casi ninguna actividad humana está alejada de la violencia.
Porque esta es inherente al hombre. El propio arte lo ha mostrado
muchas veces.
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