Toronto.
Una ciudad de color sepia. En la universidad de Toronto un profesor
habla sobre el control y el caos, sobre cómo intentan controlar los
gobiernos el caos poniendo orden en él. Ese profesor descubre un
día, viendo una película, que tiene un doble, y el caos se desata
en su vida. Esa es la historia de Enemy.
La
idea del doble, aprovechada muchas veces en las narraciones, se ha
manejado de muchas maneras, unas originales y otras simples excusas
para historias de aventuras como sucede en El Prisionero de Zenda,
cuando un hombre muy parecido a un príncipe se tiene que hacer pasar
por él desparecido mientras tanto.
Pero
en Enemy no hay aventuras, lo que hay es tensión, incomodidad. El
espectador siente a cada sengundo que puede pasar algo, que algo de
hecho va a pasar, pero no sabe qué, ni cómo, ni por qué. La imagen
sepia de la película de sus personajes, la música que acompaña,
los gestos casi involuntarios del protagonista, contribuyen a que ese
ambiente atrape al espectador y lo haga sentirse siempre incómodo,
siempre violento, al borde de dejar de mirar, de dejar de ver la
película.
Enemy,
adaptación de El hombre duplicado de Saramago, se parece mucho a El
doble de Dostoievski, porque en cada paso ves cómo llega la locura
de los personajes, ves cómo sucederá algo que acabará con su vida,
ves cómo han perdido la razón y la conexión con el mundo.
Así
se siente también el espectador, desconectado del mundo, preso de la
tensión, de la espera a que se solucione el misterio que se nos
plantea, imbuido por las imágenes, las palabras, el ambiente en que
se desarrolla la película.
Toronto.
Un hombre conoce a otro que es idéntico a él. Nosotros lo vemos
desde un rincón, llenos de tensión y angustia, esperando saber. Y
realmente, eso es la ficción, intentar saber, intentar aprender de
uno mismo, como decía Saramago que intentaba cuando escribía. Y
disfrutar de la narración que se nos ofrece. Aunque sea tensa.
Aunque provoque angustia.
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