En un mundo en
crisis, económica y social, una mujer que tiene a su marido en la
cárcel y que tiene dos hijos de distintos hombres, entrega a su hijo
a un hombre con trabajo para que le instruya en lo que hace y para
hacer de él un hombre de provecho. Ese argumento tan actual es de
una novela de 1554, El Lazarillo de Tormes.
La vida de Lázaro,
contada casi como una road movie en la que el protagonista va desde
Salamanca hasta Toledo, dos de las grandes ciudades del momento, es
un complejo aprendizaje de medrar en la vida, ascender social y
económicamente, al mismo tiempo que es un olvido continuo de su
moral, su honra y su dignidad.
Con dificultades
para comer y conseguir cualquier otro sustento, Lázaro va
agarrándose a amos que puedan sostenerle, pero que lejos de hacerlo,
sólo le enseñan a rebajar su calidad moral para poder conseguir
dinero y comida.
Poco a poco, en su
camino hacia la indignidad, Lázaro va mejorando su estatus social,
desde pobre de solemnidad hasta poder tener una casa y un oficio
digno, eso sí, a costa de que su mujer sea la amante del cura de la
parroquia de su barrio toledano.
Junto con La
Celestina y El Quijote la novela forma las tres grandes obras de la
literatura española, definiendo no sólo un tiempo, sino también el
espíritu humano, su complejidad y cómo el hombres es capaz de
adaptarse a cualquier escenario posible con tal de sobrevivir.
Si algo hay en El
Lazarillo es la descarnada visión de la realidad por parte de su
autor, anónimo todavía. Una visión que se parecería a la de
cualquier otro momento de crisis, que sería muy similar a la visión
que hoy se podría obtener del mismo territorio que pisó Lázaro.
Bajeza moral, grandeza económica, pobreza, abusos de los poderosos,
parece que nada cambia, que todo permanece, que Lázaro está todavía
entre nosotros.
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