El misterio, ya lo
hemos dicho en muchas ocasiones, es algo que aplicado al arte le da
un plus de actualidad, de vigencia y de estar siempre presente. Ese
misterio obra en los espectadores una atracción que les lleva
siempre al mismo sitio, a la misma obra, para intentar descubrir ese
misterio.
Tal vez el más
grande de todos sea el misterio que siempre ha acompañado a La
Gioconda o Mona Lisa. ¿Quién era? ¿Por qué tiene esa sonrisa?
¿Cuál es el paisaje que muestra detrás? Todas esas preguntas
clásicas que tienen no sólo los espectadores que llenan el Louvre
para verlo, sino también los estudiosos que siguen publicando y
hablando sobre esas preguntas.
Dos teorías nuevas
encontramos en los periódicos estos días. La primera dice que Da
Vinci era catalán y que, por tanto, el paisaje trasero que acompaña
al cuadro es la sierra de Monserrat. No sólo se dice, sino también
que la mujer que llena el cuadro es Catalina de Aragón.
Otra teoría,
proviniente de China, se suma a esta y a muchas otras. Da Vinci era
en realidad chino. Era hijo de una esclava china que es realmente
quien posa en el cuadro. Las montañas que aparecen detrás de esa
mujer son claramente para el autor de esta teoría un paisaje chino.
Como vemos, el
misterio de la obra sigue vigente y muchos intentan no sólo
resolverlo sino también arrogarse al autor y a la modelo. Por el
prestigio que tendría que realmente Da Vinci fuera suyo, por la
importancia que tendría resolver ese misterio.
Sea como fuere,
tengan razón estas teorías o muchas otras sobre la obra, ese
misterio que envuelve al cuadro y a la modelo, llevará al espectador
a la obra una y otra vez. Y esa es la grandeza de la obra y del
autor, haber sido capaz de crear una obra que siempre será
misteriosa, que siempre estará vigente.
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