He pasado cierto tiempo sobrio y eso me
ha hecho darme cuenta de las cosas que pasan a mi alrededor. La más
importante son las palabras. He descubierto que las palabras ocultan
muchas cosas.
Los esquimales tienen un sinfín de
palabras para definir la nieve y sin embargo no tienen palabras para
otras cosas. Eso significa no sólo que sepan mucho de nieve, sino
que la nieve está presente en todas su conversaciones. Cada vez que
dos esquimales se ven, se frotan la nariz y luego dicen cosas sobre
la nieve: hoy es más blanca que ayer pero menos que mañana o la
nieve es semipolvo occidental, cosa que suena a descripción de un
alijo de coca hecha por un perito policial. Así que vivir en el polo
con los esquimales tiene que ser aburrido de narices. Todo el rato
mirando la nieve y diciendo cómo es. Y sin poder decir cosas más
bonitas como tus dientes son perlas o quiero arrancarte la ropa.
En España, sin embargo, no tenemos
casi palabras para la nieve. Sin embargo, tenemos un repertorio
infinito de insultos. Lo que quiere decir evidentemente que nos
pasamos los días y las horas y los minutos insultándonos. Los
insultos en español no sólo son efectivos, sino que también son
sonoros y creativos. Para destacar entre tanta variedad hay que
hacerlo muy bien y muy distinto y aquí sabemos hacerlo.
También tenemos en España múltiples
palabras para referirnos a los órganos sexuales y a las prácticas
sexuales. Eso debería significar que estamos todo el día viendo
órganos sexuales y realizando prácticas sexuales. Pero no es así.
Lo único que significa es que hablamos mucho de sexo y de sus cosas,
pero no que lo practiquemos. El 90% de lo que dice un español es
insulto o es sexual. El otro 10% es sobre la crisis o sobre Mourinho,
con lo que acabará por ser insulto más temprano que tarde.
Estos dos grupos de palabras, los
insultos y las sexuales, se unen en este punto: como practicamos poco
sexo, insultamos mucho. Un poquito más de sexo equivaldría a
eliminar del diccionario miles de insultos. Sería un gusto para la
población, pero una tragedia para los señores de la RAE que tanto
tiempo pasan en los bares recabando información y palabras. Además
sería una tragedia para los filólogos, porque sus bíceps
menguarían aún más. El único esfuerzo que hacen es el de levantar
el diccionario, y si le quitamos la mitad de las palabras, ya no
harán ningún esfuerzo.
El ecosistema verbal español se
resentiría y no sabríamos como insultar cuando llegara el caso. Eso
sería dramático, un español que no sabe insultar es un bicho raro,
en el caso de que exista, porque yo hasta ahora no he conocido a
ninguno.
No quiero que se acaben los insultos en
este país, porque es lo único en lo que tenemos superávit, pero sí
me gustaría que hubiera más sexo. Con lo cual me hallo en una
paradoja de la que no sé salir. Voy a insultarme a mí mismo un rato
a ver si con eso me calmo y encuentro una solución viable.
1 comentario:
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