Sé que hay días que te sientes
tentada a olvidar que eres una mujer maravillosa. Dejas de sonreír y
no das luz. Y no hay forma de hacerte entender que no hay otra
posibilidad, que no puedes ser algo distinto a lo que eres: una mujer
maravilla.
Tu condición no depende de mí. No
depende del año en que se te vea, ni del momento del día. No
depende de si tienes o no puesta la ropa. No depende de los
ascensores que no cojo, ni de las palabras que no digo. No depende de
si me quieres besar, ni depende de aquellos que te rodean. Tu
condición no es condicional. Eres lo que eres: una mujer
maravilla.
Hay días que te sientes tentada a no
ver la realidad. La maravilla respira en ti y pretendes esconder todo
eso que la hace vivir en ti (las veces que me haces reír, la
inexistencia de tus cosquillas, el sentido de tus pulseras, las
puertas dobles que se ocultan tras las palabras) como si realmente
pudieras esconder todo eso que vive en ti.
En esos días no te escuchas a ti misma
y quieres dimitir de tu condición de mujer maravilla. Las hormigas
te parecen que se multiplican, los mosquitos no te dejan dormir. Te
quieres instalar en el olvido. En casa, yo, que conozco esa verdad,
sé que es una de esas cosas que estuvo ahí antes de que yo llegara,
una de esas muchas cosas que me sobrevivirá, una de esas cosas que
no se pueden evitar.
Yo no te lo recuerdo lo bastante. Y sin
embargo no soy capaz de olvidarlo. Puedo olvidar el color de tu
jersey. Puedo olvidar también que los labios no sólo sirven para
silbar. Pero no puedo olvidar la maravilla que eres tú, mujer.
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