En un bar me encontré con un recital
de poesía. Los recitales de poesía son cosas muy molestas si lo que
quieres es leer el Marca tranquilo en un bar. Pero me quedé a ver
qué se cocía por ahí. Comprobé que lo primero que se cocía eran
los poetas. Bebían alcohol como si este manara directamente de los pechos de las
musas.
Uno de los poetas se sentó a mi lado
en la barra y pidió una cerveza. Después de probarla no le hizo un
soneto como sí habían hecho otros siete poetas anteriores, por lo
que deseé que se quedara sentado a mi lado. Todo lo que viniera
después me parecería molesto.
El poeta en cuestión resultó ser
solamente un poeta aficionado. Su verdadera profesión era la de
médico. Él siempre quiso ser poeta, pero su madre le obligó a ser
médico. Y a una madre no le puede decir que no. Es médico de
familia en un consultorio y hace poesía médica. En sus poemas habla
de radiografías, electrocardiogramas y hemogramas.
Dice que en la poesía todo cabe y que
realmente su uso del lenguaje médico es un juego metafórico. Estaba
harto de los poemas que hablan de amor y de la injusticia social. Así
que él habla de corazones operados, alergias alimentarias,
pitiriasis rosadas y anemias galopantes. En realidad, cuando lo hace
habla de amor y de mujeres hermosas que lo abandonan, pero nadie se
da cuenta.
No tiene éxito con su poesía médica
ni con las mujeres, porque todas las que se desnudan ante él son
pacientes y le abandonan sin darle su número de teléfono. Sólo le
dan el número de la seguridad social y con eso no se puede hacer
nada digno de mención.
Pese a todo, él va a sus recitales
poéticos con un fonendo en el cuello y con su libro de recetas lleno
de poemas. Parece que su “oda al esfingomanómetro” no tiene
éxito, aunque a mí me pareció el mejor de todos aquellos poetas.
Por lo menos tiene un lenguaje distinto. La séptima vez que oí una
alabanza al desahuciado no tuve más remedio que comprar un libro de
Machado y quemarlo en señal de duelo y desagravio. Pura poesía.
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