Hay muchas formas de contar de contar
una historia. Lo que hace buena o mala a una historia, lo que hace
buena o mala una narración no es lo contado, porque a estas alturas
de la vida ya está todo o casi todo contado. Lo que destaca de una
narración es la forma de contarla. Es decir, que no importa tanto el
carácter de lo narrado que el de quien lo narra.
Ahí está el quid de la literatura, el
cine y de casi todas las artes en general. Más en cómo se cuenta
que en lo que se cuenta. Por eso acometer la empresa de narrar una
historia es siempre un trabajo complicado. Se puede contar la misma
historia de maneras muy distintas.
Y el último hombre comienza
cuando ya ha pasado lo fundamental que se pretende contar en el
primer número. Y después volvemos al principio para ir dando
pequeños saltos temporales hacia delante. Eso provoca pequeñas
rupturas de tiempo en las que se ve a todos los protagonistas futuros
del cómic antes de que sucediese el hecho que motivará que sus
vidas sean contadas.
Es una cuenta atrás que salta de
personaje en personaje, hasta centrarse en el último, el que nos
dice claramente lo que ha pasado, dando, nunca mejor dicho, el
pistoletazo de salida para adentrarnos en la historia.
Este primer capítulo de la narración
consigue lo fundamental en toda narración: llamar la atención del
lector, llamar a su curiosidad para que siga queriendo saber qué
sucederá. A partir de aquí la narración será lineal, sucederá en
un tiempo que se va sucediendo, aunque con saltos que buscan lo
fundamental de la historia.
Y el último hombre consigue así
atraer desde el principio, generando en el lector preguntas y más
preguntas que poco a poco se irán contestando. Ahí está la
dificultad de toda narración, en salvar la barrera que separa al
lector del escritor, al receptor del emisor. Y el último hombre
lo consigue desde el principio.
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