Con un poco de lío organizativo,
empezó ayer, tarde ,el concierto de los Gansos Rosas en la
sala Los Clásicos de Toledo. Pero todo lo que fueron problemas
logísticos, se transformó en el escenario en un recordatorio
rejuvenecedor y rockero para todos los que acudieron al concierto.
Cuatro músicos que saben lo que hacen
y que aprecian las canciones que tocan, y que tocan bien esas
queridas canciones. Un cantante que no habla español, pero que sabe
montar el show perfectamente. Un público que conoce su música y que
está dispuesto a dejarse engañar por el sueño de que está viendo
lo que ya no es posible. Esos son los componentes exactos para
generar una descarga emotivo-musical como la vivida ayer.
Por momentos podías cerrar los ojos y
pensar que realmente estabas escuchando a los G'N'R de los 90, los
que te hicieron llevar el pelo largo. Los que te hicieron comprar
camisetas negras y chaquetas de cuero. Los que te llevaron a pensar
en comprarte una chistera.
Los Gansos Rosas ofrecen lo que buscas
en ellos: un espectáculo que recrea al grupo verdadero. Y un
espectáculo muy bien hecho, con un final apoteósico: November
Rain, Sweet Child of Mine y Paradise City
enlazadas.
Antes habían sonado, y bastante e
incluso muy bien, You could be mine, It's so easy o
Welcome to the jungle. Pero esa descarga final, con las
cabezas ya sin melenas (algunos más jóvenes sí las tenían)
meneándose arriba y abajo, con la gente cantando, saltando,
levantando los brazos, con el pito que suena y que genera un pogo
brutal, vale más que casi cualquier otra cosa del mundo. Porque no
sólo era presente. Era también pasado. Un pasado glorioso al que se
volvió por un momento anoche. Un pasado que no existe, a no ser que
toquen los Gansos Rosas.
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