Una ciudad con cierto aire de
melancolía, con olor a café y a cigarro aromático. Una ciudad de
bacalao y arroz, volcada hacia un río, caída hacia un río por la
vía de un tranvía. Una ciudad reconstruida mil veces. Rota y
derruida. Y otra vez rehecha.
José María Eça de Queiroz relató el
siglo XIX portugués. Medio irónico siempre, entre el naturalismo,
el realismo y el humorismo, Eça de Queiroz es un novelista a la
altura de Flaubert, de Zola, de Galdós. Uno de los grandes
novelistas del XIX. En El primo Basilio muestra la Lisboa lánguida de
mediados del XIX. Las clases altas y su cerrazón social y moral.Una
ciudad de palacetes y grandes casas, de presentaciones sociales e
indianos que vienen enriquecidos de sus viajes por América.
Saramago es el escritor portugués más
conocido. En sus múltiples novelas, más que un lugar, Saramago
muestra personajes, personas, muestra a la humanidad, sus defectos,
sus incapacidades. El espacio en las novelas de Saramago no importa,
no lo menciona. Todos podemos intuir que es Lisboa, pero podría
suceder en cualquier otra ciudad, en cualquier otro lugar. No hay
rasgos distintivos. O lo que es lo mismo, Lisboa es una ciudad igual
que todas las otras, una ciudad moderna, una ciudad con hombres
iguales a todos los demás. Una ciudad de ciudades.
El gran escritor de Lisboa es Pessoa.
Él y sus otros. Sus heterónimos. Sus múltiples personas y
personalidades escribiendo poemas de amor, filosóficos, morales,
lingüísticos. Sus paseos por los cafés, solo y solitario. Las
calles empedradas. Las casas de huéspedes. Los tranvías vacíos a
primera hora de la tarde. La atmósfera de la ciudad siempre en las
palabras de Pessoa y sus otros. Siempre dejando su impronta en lo que
el poeta siente y dice. Siempre modificando la personalidad de sus
habitantes. De los múltiples habitantes que viven también dentro de
Pessoa, que lleva, dentro de sí mismo, otra Lisboa.
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