Seres fuera de la norma, fuera de lo
real, fuera de la moral y de lo legal. Son los seres que habitan en
la narrativa de terror. Allí donde las explicaciones no sirven para
quitar el miedo, sino para explicar qué es lo que nos está matando.
Donde lo perturbado se hace real y acaba por hacer la marca más
cierta de lo real: acaba por hacer sangre.
En Sitges se celebra el festival de
esos seres fuera de toda norma, de toda lógica. Seres formados por
lo peor de nuestras pesadillas. Y por cosas aún peores, por lo peor
de la realidad. Esos seres que no respetan la norma porque no han
nacido con ella nos envuelven en el peor de nuestros temores: dejar
de ser humanos, de tener conciencia y pensamientos de seres
civilizados que respetan a los otros, a los comunes.
Esos seres perturbados (vampiros,
zombies, asesinos, fantasmas, psicópatas,...) tienen la capacidad
para perturbaros a nosotros. De mostrarnos lo peor de nosotros mismos
como si de un espejo de locura se tratara. De eso somos capaces: de
matarnos, de mutilarnos, de devorarnos, de romper con las leyes de la
naturaleza.
Asistir a esa narrativa tiene algo de
transgresor. Nos envuelve en los pensamientos, en las aficiones de
los malvados, de los perturbados, de los extraviados y los
imposibles. Esos pensamientos que tenemos también como seres
sociales y morales que habitan un universo ordenado y que se
manifiestan en nosotros sin que les dejemos salir. Esos pensamientos
que buscan escape en los gritos de las masas deportivas, en los
hábitos extraños del sexo, en los enroques del placer donde nos
desembarazamos de nosotros.
Todo ese universo que pretende
mostrarnos nuestro yo más perturbado y más salvaje, más enfrentado
a la norma y la realidad, a la sociedad y al resto de los humanos.
Ese universo que se muestra en esa ficción de terror que nos busca a
través del dolor y la sangre. Pero que se vuelve aburrido cuando es
sólo diversión, cuando no pretende más que asustarnos, cuando no
tiene conexión con lo humano.
Un terror humano. Ese es el que
funciona y funcionará siempre. Porque nos afectará y nos enfrentará
con lo nuestro, con nuestra parte más disfuncional. Con nuestro yo
perturbado.
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