Los datos son evidentes. En Madrid cada
vez hay menos conciertos y cada vez menos salas donde los músicos
pueden actuar. Los trámites burocráticos para que un grupo toque en
una sala se eternizan. Se eliminan festivales. Se pierden fondos para
las orquestas sinfónicas. Los músicos callejeros tienen que pasar
un casting.
Todo se vuelve más difícil en la
ciudad que antes era referente en la música española. La movida
murió. Y si ahora quisiera resucitar la matarían. Ninguna gran
banda internacional viene a Madrid. Si antes Muse, Alicia Keys, Norah
Jones o Cold Play venían a Madrid, ahora sólo Bon Jovi y como gesto
de afecto a sus fans. Y sin cobrar.
Los problemas se suceden por todas
partes. Políticos incapaces. Burocracia que aumenta. Vecinos en
queja. Subida de impuestos. Bajada de presupuestos. Eso lleva a que
músicos que antes llenaban Vistalegre ahora den conciertos en bares.
No es sólo un cambio de rollo. Es una manera de ganarse la vida.
Madrid es cada vez más una ciudad
culturalmente aburrida. Si antes cada mes había un concierto mínimo
que desearías ver, un concierto de cualquiera que fuera tu estilo o
tu gusto, ahora hay que esperar meses y meses. Y la programación se
asemeja a la de un ciudad pequeña como Toledo, donde se repiten los
conciertos madrileños con un par de semanas o meses de diferencia.
Antonio Vega, Los Secretos, Joaquín
Sabina y muchos otros empezaron tocando en salas de Madrid. Ahora no
se puede tocar ni en la calle. Las tiendas abren 365 días al año
para dinamizar la economía, pero no se puede cantar en la calle. No
se puede dar libertad a las salas que mantienen al sector.
Desde la industria musical han hecho
mucho para que su producto languidezca. Poca originalidad. Artistas
que no lo son. Poco talento. El público y su situación tampoco
ayuda. Sueldos bajos. Muchos gastos. Pero cada vez es más caro y más
difícil disfrutar de la música en directo. Y cada vez es más
difícil que tu grupo toque en Madrid.
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