En tiempos de crisis, una obra con sólo
tres personajes es ideal. Con sólo tres personajes, dos hombres y
una mujer, que mantienen, sin embargo, la tensión teatral durante
todo la duración de la obra, que mantienen la tensión, la ternura y
la veracidad en una historia que sin embargo nada tiene de real.
Pero la obra fue escrita en los años
50, cuando el teatro era de todo menos austero. Se mantuvo siete años
en cartel. Fue un gran éxito. Pero no por contar con tres actores,
razones actuales para representarla, sino por su capacidad para
emocionar a los espectadores.
Ahora, con montajes cada vez más
austeros, con escenarios más vacíos para no gastar en cosas
superfluas, con compañías inexistentes o aligeradas, contar una
obra con tres personajes es un lujo.
El baile nace la imaginación de
Edgar Neville y de su profundo amor a su segunda mujer, Conchita
Montes, quien fue su musa y quien interpretó todas sus obras y sus
películas. Conchita y Edgar vivieron una apasionante historia de
amor desde mediados de los años 30 hasta el final de Neville, con la
tiroides disparada y el corazón agotado.
Dos hombres calmados y tranquilos que
comparten una gran amistad y dos pasiones, la entomología y el amor
por una mujer. Y ese amor y esa rivalidad, lejos de ser agresiva,
lejos de acontecer con dureza y con odios, con envidias y dolor, se
mantiene siempre en la calma, en el infantilismo de quien no tiene lo
que el otro sí.
Ese amor compartido, esa complacencia
en la maravilla de esa mujer que aman, les mantiene unidos en su
amistad de siempre. Pues para Neville y los hombres de su tiempo, sus
amigos, la amistad era más importante que todo lo demás, incluso
que las mujeres y a quienes eligieran.
Ahora, Pepe Viyuela ha rescatado la
obra de Neville y la lleva a la escena. Vuelve a dar vida a la obra
de Neville. Y lo hace porque es una obra ideal para este tiempo, una
obra austera en el montaje pero grande en teatro, en humanidad y
sentimientos.
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