Con la concesión del Premio Nobel esta
semana cabe hacernos esta pregunta ¿cómo se consigue un premio de
esta clase? La respuesta parece evidente, a base de crear una obra
literaria buena, sólida, continuada, y de una calidad artística,
lingüística y humana. Después esa obra ha de ser contemplada por
la academia Sueca, un término que se refiere a un colectivo de
personas anónimo, o al menos un colectivo de personas que no
trasciende al gran público.
Eso es la teoría, pero la práctica
dice que como en las olimpiadas, aquí también hay cuestiones
políticas y de influencia difíciles de explicar. Esa expresión
absurda que se ha utilizado durante meses y años por parte de la
prensa deportiva – tan permeable siempre a las innovaciones o
desviaciones lingüísticas - de “hacer lobby” parece que también
tiene importancia en la cuestión del Nobel.
Y no sólo eso. También existe la
componente política. Resaltar a un escritor de un país por encima
de otros escritores de otros países. Su compromiso con una causa
concreta. Su pertenencia o no a un país influyente, a una lengua
fuerte.
Añadamos a esto la mera cuestión
preferencial y la no desdeñable cuestión de la erudición. Parece
que los miembros de la academia Sueca tienen cierta tendencia a
premiar a gentes exóticas, ratificando así su buen ojo, su
inteligencia para rescatar a gentes que estaban en el olvido.
Eso da como resultado un premio que
siempre es admitido, al que siempre le llueven parabienes y que
siempre resulta ser acertado. Aunque, como todos, tiene sus
detractores. En el caso de la reciente Alice Munro, su mayor valedor
en España es alguien que bien podría no decir nada de ella. Javier
Marías la nombró hace años parte de la nobleza de su reino
semificticio de Redonda. Y eso le vale cierto respaldo en nuestro
país. Más que las palabras de muchos críticos o las explicaciones
de la Academia Sueca.
Las librerías están ya a esta hora
llenas de libros de la canadiense, libros que han sido remitidos y
incluso imprimidos a la carrera. Libros que comprarán los que
siempre leen los imprescindibles. Los guarantes de la cultura. Los
lectores de premios Nobel que tienen siempre una palabra sobre
cualquier tema.
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