Fueron los griegos los primeros en
conocer el valor de contar el pasado, de contar la historia, no para
no repetir los errores que cometimos, como siempre se dice, sino para
que quedara constancia de lo que había sucedido, para contar los
hechos que para ellos no eran tan lejanos. Esos hechos, una vez
registrados, una vez conocidos, difundidos y guardados, forman la
realidad, forman la verdad, la certeza.
Esa realidad de lo sucedido es más
importante que no repetir los errores. Crear la narración de unos
hechos, de un lugar o una nación contribuye a crear una conciencia
de existencia, si hay historia es que existimos. Si hay historia es
que lo que yo hago no es vivir una vida, sino vivir una vida en un
contexto, vivir para que sea contada, para que forme parte de una
narración más completa.
Los romanos, herederos culturales de
los griegos, descubrieron la grandeza de era narración del pasado.
Podían contar la historia y podían contarla desde su punto de
vista. Es decir, descubrieron que lo contado quedaría como la
realidad y que así podrían formar una identidad y una realidad
distinta a la de los hechos.
En resumen, descubrieron que podían
modificar la realidad. Lo sucedido y lo contado no tenía por qué
encajar. Cambiar la historia es cambiar la realidad. Cambiar los
hechos pasados sirve para cambiar los hechos futuros, porque en ellos
se asienta la realidad, se asientan las leyes, los territorios, las
conciencias, los contextos, los idiomas.
Si cambiamos la historia, cambiamos el
presente, porque la historia es el relato de lo que nos ha traído
hasta aquí. Forma la realidad actual, porque la historia no está
desconectada de la realidad, la realidad está hecha de la historia.
Cambiando la historia, cambiando el
relato del pasado, lo que cambiamos es el presente, igual que si
cambiamos nuestra propia historia, si contamos lo pasado con
mentiras, con medias verdades, con ocultaciones, cambiaremos lo que
somos. Pasaremos de buenos a malos. De héroes a villanos. Si
cambiamos la historia, todo puede cambiar.
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