Un vistazo rápido a la cartelera
madrileña de teatro -plagada de salas y salas por todas partes y de
todos los tipos, desde las más oficialistas a las más comerciales,
pasando por pequeñas salas alternativas que presentan versiones o
adaptaciones o experimentos o bien obras clásicas representadas a
su modo- da un resultado que tal vez no se esperaba.
Conviven muchas obras clásicas, de
autores consagrados y que cuentan con miles de representaciones en
España y el resto del mundo: Tío Vania, La Gaviota, Los Hijos de
Kennedy, El Caballero de Olmedo, El perro del hortelano, Doña
Perfecta, y otras varias con obras de autores contemporáneos que
están ahora mismo desarrollando su carrera teatral y literaria.
Hace unas semanas hablábamos de lo
poco que se edita el teatro actual. Y ese poco que se edita lo hace
en editoriales minoritarias que están casi fuera de los círculos de
venta de libros más habituales. Son difíciles de encontrar, a no
ser que vayas buscando precisamente esas obras.
Esa poca edición contrasta, sin
embargo, con una cartelera en la que sí hay obras contemporáneas.
Manuel Calzada, Jordi Galcerán, Manuel Cortés o Juan Mayorga tienen
actualmente obras en cartel en teatros importantes de la capital.
Alguna de ellas, como El Crédito de Galcerán ya está editada y se
puede conseguir el libro, por un precio módico, en algunas
librerías.
El teatro vive en los teatros, pero
tarda en llegar a las librerías, tarda en ser literatura, siendo
sólo espectáculo vivo que se puede disfrutar en vivo, pero que no
se puede leer. Se ha producido una separación entre la parte
literaria y la parte espectacular del teatro. Se puede contemplar. Se
puede ver y escuchar una obra teatral, pero no se puede disfrutar esa
obra teatral como obra literaria.
El problema es, entonces, no de falta
de obras o de talento, sino de la industria editorial. No se edita el
teatro. No se publicita lo editado. Es difícil de encontrar. Y los
autores, lejos de ser conocidos como tales autores, lo son como
creadores de obras, como guionistas de lo que sucede sobre las
tablas. Dejan de ser escritores para ser solamente guionistas.
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