Ahora que las apuestas para el Premio
Nobel de Literatura están en su punto más caliente, con varios
favoritos, convendría una reflexión sobre el premio en cuestión y
la valía de los ganadores. Los principales favoritos son Murakami,
adorado en varios países, especialmente en España, con novelas como
Tokio Blues. Pero también hay varios desconocidos que no tienen
ningún libro publicado en España.
Autores bielorrusos, kenianos, coreanos
o noruegos optan al premio. Su presencia en las librerías españolas
es testimonial o ni siquiera eso. Autores que superan en mucho la
sesentena. Autores que ya han dado lo mejor de sí y que ahora sólo
disfrutarán del premio, sin que esto sea un acicate para mejorar su
escritura, para superarse. Es un de los principales problemas del
premio, se da a aquellos que acreditan una carrera larga. No vale con
tener 50. Casi todos los candidatos, como los papables, superan los
60 con mucho. Y varios superan los 80.
Otra cuestión es su pertenencia a la
literatura más clasista, más evidente. Novelistas, poetas y en un
número mucho menos, dramaturgos. En ningún caso se ha planteado dar
el premio a un guionista de cine (tan similar su trabajo al de un
dramaturgo) o a un escritor de televisión (mucho más continuada su
escritura, con personajes que se desarrollan como en las largas
novelas decimonónicas).
Mucho menos se ha pensado en autores de
otra literatura. La literatura popular. Autores que venden millones
de ejemplares son ninguneados por los premios y por la gran crítica.
Muchos de ellos sin ser leídos. Simplemente por su presencia en la
lista de más vendidos. Autores de géneros específicos, novela
negra, novela histórica, novela romántica. Su valía negada por su
permanencia en el género.
Y menos aún suenan nombres de otra
literatura. Escritores de cómics. Hombres que crean novelas
gráficas. Que crean historias fascinantes con capacidad narrativa y
poética mayor que muchas novelas, que la mayor parte de los
poemarios. Existe, evidentemente, la problemática de la doble
autoría, el dibujo y el guión. Pero la escritura pertenece a un
hombre, a un escritor que es capaz de narrar historias mejores que
las que se descubren en las novelas convencionales.
Neil Gaiman, Alan Moore, Art Spiegleman
y muchos otros escritores serían merecedores de un premio que tiene
siempre cierto aire elitista. Se busca premiar al más desconocido.
Se busca más premiar la capacidad del jurado para encontrar valores
en literaturas extrañas, desconocidas, que para premiar lo evidente.
Un premio político. Un premio extraño que cada año lanza a las
estanterías de novedades a autores en retirada que se convierten en
superventas y que, muchas veces, tan rápido como aparicieron,
desaparecen.
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