En este estado de crisis general, el
mercado editorial ha perdido un 30% de negocio. Eso, en principio, no
debería asustarnos. Que las editoriales ganen menos dinero no es
problemático. Pero sí lo es que las ventas hayan caído. Eso supone
menos publicaciones. Menos apuestas por escritores nuevos o
distintos. Y menos librerías, menos lugares donde comprar libros.
¿Por qué se reduce en un 30% el
negocio? Achacar al Estado ese hecho es una norma. La subida del IVA
desde luego no ayuda. La crisis hace que la cultura, la lectura, se
vuelva algo superfluo, algo dentro de las necesidades de tercer o
cuarto grado. El Estado no hace nada por ayudar a las editoriales, o
eso dicen desde la patronal del negocio.
Pero la cuestión va más allá.
Incluso en los años de bonanza España era un lugar donde se leía
poco. Había un sector editorial que tenía más ganancias, pero los
lectores no eran muchos. Y no han estado nunca muy cuidados.
Ediciones poco cuidadas. Precios excesivos. Libros con temáticas y
estilos repetidos y repetidos y repetidos.
Lo achacable al Gobierno es sobre todo
su fracaso en la cuestión educativa. No ser capaces de crear
lectores de futuro, ese es el fracaso del Gobierno y de todos los
componentes del sector. Las políticas educativas no toman la lectura
como algo importante. La mayor parte de los alumnos de la ESO no
saben hacer lecturas comprensivas, si es que saben hacer lecturas sin
más.
Durante años, se habla de reformas
educativas que ponen énfasis en preparar individuos para el mercado
laboral, bien sea a través de la formación universitaria, bien a
través de otra formación (la pobre formación profesional, tan
interesante y cualificada siempre olvidada por todos, siempre
vilipendiada por ser “para tontos”), pero esos individuos llegan
a la universidad sin saber leer, sin saber distinguir lo que leen y
con una capacidad expresiva casi nula.
Las reformas educativas acaban
peleándose en las migajas, la inclusión o no de una hora de
Religión, el fracaso en las matemáticas, la extensión a materias
más técnicas (y un tanto inútiles) la inclusión en todas las
materias de un bilingüismo más que discutible. Pero nunca se hace
lo necesario, ayudar a que los individuos, a que los alumnos, sean
capaces de entender y expresarse correctamente.
En un contexto así, con una población
cada vez más incapaz, cada vez con menos gusto lector, con menos
capacidad de entendimiento, concentración y capacidad crítica en la
elección y en el entendimiento, el negocio editorial no sólo caerá
el 30%. No caerá por la crisis. Simplemente quebrará.
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