Desde 2003 las ventas de libros han caído un 19%. Eso es una noticia fatal, sobre todo para las editoriales, que son quienes más ganan y también más arriesgan con el negocio. Pero es, en realidad un mal negocio para todos.
Es un mal negocio para los lectores, que tienen cada vez menos variedad donde buscar algo que leer, es un mal negocio para los autores, que cada vez ganan menos con su trabajo, que es cada vez un trabajo más raro, menos habitual y sobre todo, que no permite una dedicación única.
Es un mal negocio para los libreros, para las grandes cadenas y también para las pequeñas, también es un mal negocio para impresores, distribuidores, fabricantes de papel y así en cadena hasta acabar en cualquiera que esté remotamente conectado con el negocio. Y también es un mal negocio para las nuevas tecnologías, pues si no hay lectores, no se venderán libros, ni tradicionales ni electrónicos.
Finalmente, es un mal negocio para la sociedad, pues será más aburrida, sin ninguna duda, y será también mucho menos consciente de sí misma y de su realidad. Sin libros que cuenten la realidad esta acabará por ser un poco menos real.
Pero, además de todo eso, nos lleva a hacernos varias preguntas: ¿no se lee por qué no hay dinero o por qué no hay lectores? ¿hay nuevos lectores? ¿podemos hacer algo para que los jóvenes lean? ¿nos equivocamos en los planes de estudio de literatura para que los jóvenes se acerquen a los libros? ¿colapsará el sistema editorial o se reconvertirá?
Son preguntas que tenemos siempre en la cabeza pero que son difíciles de contestar y que probablemente conformen, todas juntas, la verdad de la crisis de este sector, que es, cada vez, menos importante para la gente.
Es un mal negocio para los lectores, que tienen cada vez menos variedad donde buscar algo que leer, es un mal negocio para los autores, que cada vez ganan menos con su trabajo, que es cada vez un trabajo más raro, menos habitual y sobre todo, que no permite una dedicación única.
Es un mal negocio para los libreros, para las grandes cadenas y también para las pequeñas, también es un mal negocio para impresores, distribuidores, fabricantes de papel y así en cadena hasta acabar en cualquiera que esté remotamente conectado con el negocio. Y también es un mal negocio para las nuevas tecnologías, pues si no hay lectores, no se venderán libros, ni tradicionales ni electrónicos.
Finalmente, es un mal negocio para la sociedad, pues será más aburrida, sin ninguna duda, y será también mucho menos consciente de sí misma y de su realidad. Sin libros que cuenten la realidad esta acabará por ser un poco menos real.
Pero, además de todo eso, nos lleva a hacernos varias preguntas: ¿no se lee por qué no hay dinero o por qué no hay lectores? ¿hay nuevos lectores? ¿podemos hacer algo para que los jóvenes lean? ¿nos equivocamos en los planes de estudio de literatura para que los jóvenes se acerquen a los libros? ¿colapsará el sistema editorial o se reconvertirá?
Son preguntas que tenemos siempre en la cabeza pero que son difíciles de contestar y que probablemente conformen, todas juntas, la verdad de la crisis de este sector, que es, cada vez, menos importante para la gente.
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