Toda ficción narrativa conlleva la presencia de unos personajes, secundarios o protagonistas, buenos o malos. De la capacidad del autor para que estos sean creíbles o no, heroicos, rutinarios o especiales dependerá el éxito y la valía de la ficción que plantea.
Durante muchos años muchos personajes han visto editadas sus historias en publicaciones periódicas que se volvieron rutinarias. Spiderman, Superman, Dare Devil, Batman y muchos otros que aparecían mensualmente vivían aventuras más o menos repetidas.
Pero hubo un momento de inflexión cuando los guionistas de esas historias comprendieron que la repetición no era la forma adecuada para que esas historias perduraran. Los setenta y cinco años de Batman habrían sido poco probables para su editorial si el personaje y la forma de verlo de los autores no hubiera evolucionado.
Esos personajes, con nuevos guionistas, con enfoques modernos, con dibujantes que dieron un aire diferente a los personajes y la forma de contar, supieron revitalizar una industria que ahora alimenta no sólo a las librerías (casi todas cuentan ya con una zona dedicada al cómic que gana espacio constantemente) sino también al mundo del cine.
El éxito de las editoriales, de las librerías y de los personajes viene solamente de la capacidad creadora de los autores que supieron hacerlos nuevos, crear series diferentes y saber cómo enganchar a un público nuevo.
Todo ese éxito, todo el dinero que mueven las casas editoriales, las productoras cinematográficas, no se ha visto siempre revertido en los autores que son siempre el eslabón más débil de la cadena productora de cómics.
Esa industria ha demostrado una vez su poder económico en la gigantesca Comic Con que ha tenido lugar en San Diego. Un evento de tal magnitud y que cuida tanto al espectador que deja al resto de industrias del entretenimiento a la altura del betún.
Durante muchos años muchos personajes han visto editadas sus historias en publicaciones periódicas que se volvieron rutinarias. Spiderman, Superman, Dare Devil, Batman y muchos otros que aparecían mensualmente vivían aventuras más o menos repetidas.
Pero hubo un momento de inflexión cuando los guionistas de esas historias comprendieron que la repetición no era la forma adecuada para que esas historias perduraran. Los setenta y cinco años de Batman habrían sido poco probables para su editorial si el personaje y la forma de verlo de los autores no hubiera evolucionado.
Esos personajes, con nuevos guionistas, con enfoques modernos, con dibujantes que dieron un aire diferente a los personajes y la forma de contar, supieron revitalizar una industria que ahora alimenta no sólo a las librerías (casi todas cuentan ya con una zona dedicada al cómic que gana espacio constantemente) sino también al mundo del cine.
El éxito de las editoriales, de las librerías y de los personajes viene solamente de la capacidad creadora de los autores que supieron hacerlos nuevos, crear series diferentes y saber cómo enganchar a un público nuevo.
Todo ese éxito, todo el dinero que mueven las casas editoriales, las productoras cinematográficas, no se ha visto siempre revertido en los autores que son siempre el eslabón más débil de la cadena productora de cómics.
Esa industria ha demostrado una vez su poder económico en la gigantesca Comic Con que ha tenido lugar en San Diego. Un evento de tal magnitud y que cuida tanto al espectador que deja al resto de industrias del entretenimiento a la altura del betún.
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