Un viaje. Ulises
vuelve de Troya a Ítaca. Su viaje dura años. Recorre las islas
griegas, tropieza con paisajes, mares, rocas, personajes mitológicos.
Nosotros, con él en el barco, con él en el infierno, con él en
cada paso del viaje de vuelta a casa.
El viaje permite
comprobar con los sentidos lo que existe más allá del lugar en el
que residimos. La ficción permite hacer eso mismo también. Con
mucho menos. Sin necesidad de transporte, tiempo o dinero.
Simplemente dejando que la ficción transcurra delante de ti.
Tiene el
inconveniente de los sentidos. Pero puedes visitar cualquier lugar.
Cierto o falso. Y puedes visitarlo tal como fue. Y no tal como es. Y
puedes visitarlo antes de ahora y después. Y puedes visitarlo
acompañado o solo, de paso o contemplando cada mínimo detalle.
El nivel de
conocimiento de un lugar que se visita es a veces menor que el de una
visita ficticia. Podemos saber no sólo como es, sino también quién
vivió, cómo hablan, qué visten, cómo comen. Y después apagarlo
todo y volver al mismo sitio en el que estábamos.
No tiene la misma
fama, ni el mismo prestigio, pero el viaje ficticio muestra
igualmente lo que hay. No tocas el agua de la playa. Pero puedes
estar en esa playa y en otras muchas. Puedes verlo todo y tener
tiempo de hacerlo.
El viaje ficticio
como opción para los que no quieren salir de su sitio, para los que
disfrutan de su comodidad, para los que no pueden marchar. El viaje.
Siempre disponible. Que nunca termina.
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