Miguel fue algunas veces a esos pisos.
Los seleccionaba por su cercanía. Prefería ir por la mañana.
Temprano. Sería el primero. Tenía tiempo libre. No sabía Miguel
que elegir. Era un poco tímido. Le daba vergüenza preguntar. Pero
las chicas solían ser buenas con él. Tal vez les diera pena. Tal
vez le veían bueno.
Miguel les dejaba propina. Repetía con
algunas. Pero no veía claro aquello. No le gustaba la sordidez. No
le gustaba que las chicas se lavaran y le lavaran. Era una mutua
desconfianza. Era triste. Todo parecía delictivo. Entrar en el
portal a oscuras. Las chicas esperaban mirando por la mirilla a que
estuviera cerca. Y al salir igual.
No le gustaba eso. Esperaba más del
sexo. Eso no se lo daba. No volvió a los pisos. No volvió a las
chicas que se ofrecían en anuncios. Puso él el suyo. Buscaba una
amante. Una chica con la que acostarse y mantener una conversación.
No muy profunda. No muy íntima. Tal vez falsa, pero una conversación
más allá del dinero o del te gusta esto.
Contestaron varias mujeres. Las fue
viendo. Algunas le excitaban sobremanera. Verlas andar por las calle,
pecho enorme al sol del verano. Olvido todo lo anterior. Esas fueron
sus primeras experiencias. Olvidó también que las pagaba, aunque
sabía que lo hacía y que ellos sólo se acostaban con él por
dinero. Miguel fue aprendiendo así el sexo. Ahora sí. Aún no era
lo que le habían prometido. Pero era bueno. Al fin era bueno.
Fue variando de chica, de color de
piel, de nacionalidad, hasta que consiguió dar con una que cumplía
las exigencias.
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