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sábado, mayo 12, 2012

SORDIDEZ

Los pisos donde las mujeres recibían eran un poco sórdidos. Solían ser bajos para que los clientes no tuvieran que cruzarse con nadie en la escalera. Y solían tener pocos muebles. Camas. Un sofá y una tele en el salón. Muchas toallas. Una mesilla donde guardar preservativos y lubricantes.
Los pisos eran sórdidos. Al entrar había que pasar rápido. Se trataba de no molestar. De que nadie supiera que allí se pagaba por sexo. Era inmoral. Pero no era delito. Hacían al cliente pasar a una habitación y las chicas que estaban disponibles entraban de una en una y le besaban y decían un nombre que era mentira.
De entre todas, edades variadas, alturas diversas, acentos, pechos, colores diferentes para que el cliente se hiciera la ilusión de que podía elegir entre una gran variedad, para que pareciera que tenían todo lo que el cliente pudiera desear, el cliente escogía una que era la que estaba con él.
Pero los pisos eran sórdidos y a Miguel no le gustaban. Había más sensación de pecado. Y de delito. Por eso sólo fue un par de veces. Tuvo que pensar otro sistema.




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