En su recuerdo todo fue manipulado. Las
chicas no eran pagadas (o no sólo pagadas) eran seducidas por él.
Inevitablemente estableció con ellas una relación de amistad. De
preocupación. Miguel se sabía estafado en esa relación. Se sabía
mentido. La edad. Los problemas. El dinero. Todo era una gran
mentira. Pero casaba bien con la mentira que él mismo se contaba.
Sabía que, pese a todo, ayudaba a esas
mujeres. Que no les hacía mal. Y que eso le hacía parecer a los
ojos de ellas mejor que otros. Con el tiempo fue quedándose con dos
o tres mujeres. Estableció con ellas una relación de amistad basada
en la mentira. Pero con sentimientos más o menos sincero. Y sin la
pesadez del precio. Les dejaba un sobre con dinero y con su nombre.
El dinero que habían ajustado hace tiempo.
Aún así, todo aquello le perseguía.
A veces, después de acostarse con aquellas mujeres se sentía
infinitamente malvado. Sentía que las manipulaba. Sentía que las
mentía. Sentía que las maltrataba y las compraba y las humillaba.
Nada era cierto. Pero se sentía así. Comenzó a tener miedo al
sexo. Y ese miedo se extendió a las mujeres. A las que se le
acercaban esperando tal vez acostarse con él. Repudió a todas.
Por eso Miguel se fue a otra ciudad. A
una pequeña donde todos se conocieran y donde hacer esas cosas fuera
imposible porque todo el mundo lo sabría y eso también le daba
miedo. Y ahora tenía una relación más o menos normal con Sonia. Y
una fantasiosa con Elena. Todo era normal. Aunque seguía teniendo
miedo. Y haciendo lo que para él era incorrecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario