Me he liado la manta a la cabeza y me
he comprado un piano. Es una compra que tenía muchas ganas de hacer,
aunque es poco práctico para mi trabajo. No puedo llevarlo de bar en
bar ni tocar con él en la calle o el metro. Pero aún así es una
buena compra. Porque suena muy bien y porque me va a ayudar a
componer y a ganar más dinero. Así que en el fondo es una
inversión.
Ahora miso no toco muy bien, pero ya
van sonando cosas decentillas y voy cogiéndole el ritmo al jazz y al
blues, que es lo que yo quiero tocar. Voy digitando bien y el sonido
es bueno. Es un buen piano.
Pero lo mejor ha sido cuando la Ocupa
se ha sentado en la banqueta y ha empezado a tocar. Toca mejor de lo
que yo tocaré nunca. Ha tocado dos piezas clásicas alucinantes. Y
tres temas de jazz que me han dejado con la boca abierta. He pensado
en llevármela a los conciertos, pero no quiere, es lo que tiene no
querer salir de casa.
Hemos hecho el amor encima del piano
(que es otra de las razones por las que lo compré) y luego me ha
dicho que me quiere. No sé si es el poder de la música, pero he
empezado a quererla un poquito.
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