La lectura de El extranjero
puede dejar todavía hoy perplejo a quien se acerque sin saber lo que
va a encontrar en la obra de Camus. Cien años se cumplen ahora del
nacimiento del autor en lengua francesa. Y su centenario no es
precisamente una celebración cómoda para todos. Igual que otros
mitos de la literatura del país vecino, la polémica puede con el
escritor.
Si con Celine hubo problemas por las
acusaciones de colaboracionismo y por la presencia de un fuerte
antisemitismo en sus declaraciones, con Camus son su apoyo a las
clases más bajas y su preocupación por la población de las
colonias, sobre todo Argelia, lo que motiva que no sea un autor
cómodo para el poder.
Para el lector tampoco lo es. Aunque su
lectura es sencilla, descarnada, ausente de adjetivos y largas
frases, ausente de todo lo que no sea esencialmente comunicativo e
incluso ausente de emociones y pasiones, en el fondo Camus produce
una sensación incómoda en el lector.
Esa sensación es la de estar
enfrentándose a un lado de sí mismo que no le gusta. La de estar
viendo un comportamiento humano en el que podría verse reflejado y
que no deja de ser sumamente despiadado.
El extranjero, su obra más
celebrada y la primera que le supuso el éxito, cuenta la historia de
un hombre sin pasión. De un hombre sin sentimiento ni siquiera en el
trance mayor de su vida. Un hombre que ve la vida carente de emoción.
Apegado a cierto escepticismo. Y muy apegado a la verdad que es lo
que finalmente trasmite la obra de Camus.
Similar incluso a los protagonistas de
Baroja, con protagonistas que sin embargo se enfrentan a su
desapasionamiento o a las formas narrativas de Azorín, con el que
comparte cierto gusto por las frases cortas y comunicativas, Camus va
más allá en la narración del nihilismo y de la nada. Nada hay en
Mueursalt. Nada en sus palabras. Nada en sus sentimientos. Esa nada
que aún puede encontrase dentro de nosostros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario