El gusto por el pasado parece muy de moda. Si bien las
narraciones con vistas en los tiempos anteriores siempre estuvieron ahí, parece
que en los últimos años el gusto por revisitar el pasado tiene más éxito que
nunca.
Ya en el romanticismo, la novela histórica puso de moda el
pasado. Los autores situaban sus ficciones en tiempos antiguos pero con cierta
conexión con el presente. Verdi, por ejemplo, pensaba también en la lucha por
la reunificación italiana cuando compuso algunos pasajes de su Nabucco, como
tan bien supieron entender sus contemporáneos.
Ese gusto por el pasado se ve cada vez más en las ficciones
que nos acompañan. En la lista de novelas más vendidas siempre están los
primeros puestos ocupados por las llamadas novelas históricas. Roma, la Edad
Media, el reinado de determinada reina o cualquier otra situación más o menos destacable
del pasado, son aprovechadas por los autores para situar en ellas una historia
que contar.
Pero lo sorprendente no es la opción de los autores,
conscientes de que un tiempo remoto y convulso da más facilidades en la
narración, sino la aceptación de los espectadores. La polémica sobre el
evasionismo siempre ha acompañado al arte. Y parece que ahora es el pasado, es
lo histórico el principal foco de evasionismo.
Escapar a las gestas de los generales romanos, o de la
conquista de América, o al reinado próspero y triunfante de un emperador
siempre conseguirá que nos olvidemos de los tiempos actuales. E incluso pueden
conseguir, si muestran con certeza y con dureza los tiempos que buscan
retratar, que pensemos que no estamos tan mal, que tenemos muchos derechos y
muchas opciones que nunca existieron, a pesar de que están menguando y
desapareciendo.
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