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martes, marzo 31, 2015

LA CABEZA DE CICERÓN

Sin cabeza y sin manos, ese fue el final de Cicerón. Un hombre peligroso. Peligroso porque sabía hablar, porque con sus discursos podía mover a las masas, podía provocar al pueblo y levantarlo y conseguir que siguieran una idea, aunque no fuera la correcta.

En un clima complicado, tras la muerte de César y con las guerras entre las diferentes facciones de sus herederos, Cicerón se levanta como un defensor del Senado y sobre todo de la República. Pero Antonio y Octavio no le van a dejar realizar esa defensa y Cicerón está en lista de proscripciones y está entre aquellos que serán ejecutados. Y como preso con valor especial, tuvo un castigo especial. Por intentar defender a la República, igual que Catón, igual que más tarde Lucano, Cicerón muere por un ideal que ya no existía y que nunca volverá a existir.

Antes había dejado discursos maravillosos, que incluso hoy en día llaman a los que los leen a actuar. Y digo a los que leen, cuando sus discursos fueron escritos y pronunciados por él. Imagino a Catilina pensando en su triste destino después de escuchar a Cicerón, sabiendo que ya era hombre muerto, que nadie que escuchara ese discurso, incluso siendo inocente, podía librarse de la muerte.

Y Catilina murió y Arquías vivió. Y Cicerón se convirtió en hombre importante, pero su poder no estaba en el ejército. Y el de los demás sí. Así que Cicerón murió y fue decapitado. Y se expusieron sus restos como ejemplo para los demás.

En este tiempo de discursos planos y aburrido y sin sentido, en este tiempo de leyes que intentan asustar, que intentan que nadie levante demasiado la voz, la de Cicerón sería bienvenida. Sabría sin duda encontrar la forma de decir lo necesario. Y de decirlo además mejor que nadie.


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