A punto de cumplirse
21 años de su muerte, Kurt Cobain sigue dando noticias. Los músicos
muertos, tranformados en mitos, llenan todavía la imaginación, las
listas de reproducción y sobre todo sirven para la fabulación y el
interés. Si en España Paco de Lucía (si bien este antes de su
muerte) y Antonio Vega tuvieron documentales (con mejor y peor
fortuna) sobre su vida, uno, autorizado por fin y producido por su
hija, hablará sobre Cobain y su vida.
Gran catalizador del
odio y la rabia que llevaban dentro los adolescentes de los 90, esa
generación X que estaba más allá de la generación perdida, que
podían tenerlo todo y no querían nada, que estaban gobernados por
la apatía y la incertidumbre en un futuro que finalmente ha acabado
por estafarlos, Cobain y Nirvana pusieron banda sonora a ese
desencanto que se vivía en la época.
Discos llenos de una
música sucia, dura, con letras polémicas, que reivindicaban un
estilo de vida diferente, huyendo de las mayorías y del sueño
americano, la música de Nirvana conquistó el mercado y la crítica.
Vendían discos y discos y con el tiempo se han convertido en
clásicos.
Pero la figura de
Cobain, que se suicidó en 1994, casi como un reflejo de lo que
quería expresar, casi como en otro acto artístico, ha ido creciendo
con el tiempo. Controversias, dudas, historias, mitos, todo se ha
sucedido sobre su suicidio. Conspiraciones o asesinatos. Enfermedades
mentales. Egocentrismo al elegir los 27 años, como otros míticos.
El documental que se
estrenará en estos días hablará de Cobain y su música y de su
muerte, seguramente. Pero más que eso, más que su marcha o su
elección, importa su legado, sus discos, sus canciones, que aún se
siguen escuchando, que siguen reflejando ese desencanto, antes
propiamente adolescente, ahora casi generacional, vital.
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