En
plena celebración del centenario de la publicación de la segunda
parte de El Quijote aparecen los restos de Miguel de Cervantes. O no.
Porque puede que hayan o puede que no hayan aparecido. Dicen los
buscadores que “es posible” que los restos de Miguel de Cervantes
estén en la cripta. O sea que no sabemos nada que no sabíamos ya
antes. Que la iglesia de las Trinitarias fue su sepultura.
Que
todo esto suena a publicidad, a crear un lugar de pergrinaje, un
centro cervantino que mirar y visitar y creer más allá de todos
aquellos que se arogan para sí la capitalía de la Mancha, el lugar
desde el que partió El Quijote o el de residencia del veradero
Sancho Panza.
Mucha
publicidad para un libro que ya no genera derechos de autor, pero que
sigue moviendo dinero. Incluso a Avellaneda le está tocando algo con
su apócrifo. Pero nada nuevo o útil para la literatura. Nada que de
verdad alabe a Cervantes y su obra. Nada que sirva, en definitiva,
para honrar verdaderamente a su memoria, mucho más importante, al
menos hasta ahora, que sus huesos.
Mientras,
el bueno de Cervantes sigue llenando páginas y páginas, ahora como
protagonista. Y protagoniza libros, encuentros e incluso capítulos
de CSI. Todo verdadero o no. Porque no sabemos si es real o
literatura lo que se cuenta. Muy propio de Cervantes y su Quijote,
muy propio de su segunda parte, tan juguetona con los conceptos de
literatura y realidad.
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