Pablo
Neruda dijo algo así como que la historia se lleve mis poemas, y si
tiene que recordarme alguien, que sea por esto. Lo decía en relación
al Winnipeg, el barco que fletó para llevar a unos 2000 refugiados
españoles desde Francia hasta Chile después de la Guerra Civil.
La
historia muestra al Neruda más compremetido. El poeta recibe una
carta de Alberti en su casa chilena. Los españoles que llegan a
Francia como refugiados son maltratados por el país galo, hacinados
en una playa, sin ningún tipo de servicio, mueren a cientos, de
frío, de hambre, de enfermades relacionadas con las condiciones
insalubres.
En
esos campos de refugiados son tratados más como prisioneros. No
tienen libertad para salir de ellos. No pueden sobrevivir allí. Lo
único que pueden hacer es morir. Huyendo del avance de las tropas
nacionales, caen en las redes francesas. Muchos vuelven a la guerra,
la II Guerra Mundial está a punto de estallar y ellos serán
soldados en esa contienda. O caerán en manos de los alemanes que les
internan en campos de trabajo, concentración o exterminio.
Pero
unos pocos llegan al Winnipeg, el barco que Neruda consigue fletar
para llevar a 2200 españoles desde esas playas hasta Chile. 2200 son
los que el presidente del país le permite llevar, creyendo que no
será capaz. Pero lo fue.
Esa
odisea, huyendo de las costas españolas, de la inminente guerra, de
los submarinos alemanes, es la que cuenta Winnipeg: el barco de
Neruda, una novela gráfica o cómic que muestra una historia
desconocida del final de la Guerra Civil, ese final que tuvo tantos
villanos, pero también algún héroe. Lázaro Cárdenas fue uno de
ellos. Neruda fue otro. Esa historia, pequeña pero grandiosa,
merecía ser contada. Y Laura Martel y Antonia Santolaya le han dado
voz y dibujos.
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