En una cacería se
reúnen varios políticos, empresarios y otros personajes que al
amparo de ambas especies anda por allí. Hay, cómo no, batidas por
el monte, pero también hay tiempo para la vida social y también
para los negocios. Alcohol, dinero, señoritas, juegos en los que el
dinero viene y va.
Esta narración
podemos encontrarla en dos sitios distintos hoy en día, en las
revistas y periódicos y en La Escopeta Nacional, la película de
Luis García Berlanga.
La película está
situada en los tiempos finales del franquismo, en una de esas
cacerías en las que se decía que se decidían tantas y tantas cosas
de las que después pasarían en la vida económica y casi política.
Es curioso como las narraciones periodísticas nos dicen que eso
sigue igual, que las cacerías en las que se producen chanchullos
siguen iguales.
En la película hay
empresarios, sobre todo uno catalán encarnado por José Sazatornill,
que quieren medrar y para ello pagan la cacería, pierden el bingo, y
prometen comisiones y favores a los políticos que se reúnen allí y
que sin ningún remilgo piden y piden. Los periódicos narran ahora
las mismas cacerías.
La película está
protagonizada por personajes estrambóticos, un marqués heredero
onanista, un marqués titular que colecciona pelos púbicos de mujer,
el propio empresario catalán, y muchos y muchos secundarios que
entre Berlanga y Azcona ponen en situación y que siempre habían
parecido imposibles.
Ahora los periódicos
narran la misma cacería, la misma Escopeta Nacional, con casi los
mismos personajes, a los que esperábamos no menos corruptos, sino
cambiados, modernos, más inteligentes. Pero los modelos no cambian,
la corrupción, los corruptos son tal cual eran.
La película formó
una saga, la de la familia Leguineche, en la que se muestra la
degradación de esta noble familia y la de la vida pública española.
Patrimonio Nacional y Nacional III continúan con la esencia de esta,
tan real y divertida película, tan cierta realidad todavía.
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