Las intrigas
palaciegas, los odios y las envidias siempre han formado parte de la
historia no sólo del arte, sino también de la humanidad. La
película Amadeus estaba narrada por el gran enemigo y contrario de
Mozart, si bien esa relación entre Mozart y Salieri estaba un poco
exagerada en la película.
Mucho más cierta es
la rivalidad y el odio que se tenían Góngora y Quevedo, un odio
irracional entre dos de los más grandes poetas de su tiempo (no
olvidemos que comparten tiempo con Lope y con Calderón) que llevaron
al extremo sus diferencias artísticas y personales, llegando ambas a
mezclarse y a dejarnos en los textos evidencias de las mismas.
Se presenta estos
días en el Prado una exposición sobre Bernini y dicen los
periódicos que esto ha sacado a la luz una nueva controversia
artística, una enemistad entre dos entidades gigantescas: el propio
Museo del Prado y Patrimonio Nacional.
Patrimonio no ha
querido ceder dos bronces del artista italiano a la exposición que
el Museo inaugura estos días dejando así a la exposición de 38
piezas un poco huérfana. Y es que parece que allí donde hay
artistas y arte hay odios y enfrentamientos y choques. El arte
conlleva en ocasiones una forma de ver la vida, y esa varía según
el éxito, la corriente artística o la institución a la que se
pertenezca.
No deja de ser
curioso que sea la figura de Bernini, que tanta polémica levantó en
su época con enfrentamientos con el Rey de Francia, o con el
Vaticano, la que ahora siga levantando ampollas. Un artista tan
extraordinario como su capacidad para sembrar odios y afectos por
donde pasaba, y que, según parece, hace buena esa frase que tanto se
dice sin sentido y que aquí sí lo tiene, no deja a nadie
indiferente.
Una exposción sin
embargo, que sigue teniendo interés y sentido, mostrando una pequeña
parte de la creación de este pintor, escultor y arquitecto italiano
que sigue tan vigente como el odio, algo que nunca se acaba.
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