Si la búsqueda de
los restos de Cervantes tiene un objetivo claro, el negocio que pueda
hacerse alrededor de la tumba del escritor más grande de la historia
de nuestra lengua, alrededor de sus restos que motivarían un museo,
una tumba, un lugar visitable donde rendirle tributo, la búsqueda
que se hace de los restos de Federico García Lorca desde hace años
tiene apoyos contradictorios, motivaciones variadas.
La familia de Lorca
ha expresado siempre su deseo de que esa búsqueda no se haga, que se
deje el cuerpo donde estuviere. Nunca han financiado investigaciones
sobre el tema. Nunca han querido revolver el pasado y buscar
culpables, buscar el cuerpo y sacarlo de allí para llevarlo a otro
sitio.
Pero en paralelo se
han producido un gran número de investigaciones sobre los últimos
días y la muerte del poeta y dramaturgo. Biografías, monografías,
películas, documentales y muchos otros documentos han indagado en
ello. Se han establecido culpas, como la de Luis Rosales que tuvo
durante años que cargar con la acusación de haber sido el culpable
de esa muerte, culpa de la que pudo liberarse para su bien.
En estos días, una
vez más, hay excavaciones que buscan la fosa y los restos de Lorca.
Una vez más la familia ha pedido que no se haga. Pero una vez más
el morbo por conocerlo todo de esa muerte va más allá de las
peticiones de los familiares e incluso del sentido común.
La finalidad de
encontrar los restos de Lorca parece ser la misma que la de las
búsquedas del tesoro. El que encuentre esos restos será famoso. El
que los encuentre será un genio. Habrá encontrado el tesoro. Podrá
arrogarse esa medalla. Y la de en cierta forma reparar la memoria de
ese poeta asesinado en el comienzo de la cruenta Guerra Civil.
Fortuna y gloria,
dos razones para hacer las cosas que han movido a la humanidad
durante siglos. Fortuna y gloria que no reparan lo sucedido, ni lo
mejoran, ni lo explican, sino que simplemente podrían ofrecer a
todos un lugar exacto donde llorar.
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