Barcelona es la ciudad española del
glamour, de lo chic y de la modernidad. Los turistas, los visitantes,
alaban de ella lo moderna que es, la cualidad de sus edificios para
insertarse en un paisaje urbano, el estado a la última de sus
habitantes. Se respira en ella una suerte de avance, una suerte de
estar más allá del tiempo.
Pero hay otra Barcelona que no da la
cara en las imágenes turísticas, pero que se puede visitar en las
narraciones que tienen a la capital catalana como escenario. Es la
Barcelona de las novelas de Eduardo Mendoza, la Barcelona de
Makinavaja, la de Pepe Carvalho.
Quizá el narrador que más ha mostrado
la Barcelona de los suburbios, de las tascas aceitosas, la Barcelona
que tiene acento andaluz y murciano y extremeño, que tiene una
mezcla de puerto de mar y de barrio chino de los antiguos (barrios de
luces rojas y tabernas cochambrosas donde los marineros y los
visitantes podían traficar con la ley y transgredirla o encontrar lo
que quisieran buscar).
Muchas novelas de Mendoza se introducen
en esa Barcelona, la alejada de Pedralbes y la carretera de Sarrià,
la que se expande hacia Hospitalet y los pueblos del Llobregat. Gurb,
en la búsqueda de su desaparecido compañero recorre toda la
ciudad. Y aunque muestra preferencia por Cerdanyola y los barrios
ricos, acaba siempre en los barrios más truculentos, en las tascas
donde hay refritos y gentes extrañas. Sin noticas de Gurb es
una guía de la ciudad para extraterrestres.
En La Ciudad de los Prodigios
asistimos a la creación de la ciudad moderna, y otra vez estamos en
la mezcla de esas ciudades, de las clases altas y las bajas que
luchan en las calles barcelonesas por abrirse camino, por crear una
ciudad que es prodigiosa en sí misma.
Más Barcelona encontramos en la serie
de novelas con un protagonista sin nombre que sale de su manicomio
para ayudar a la policía a resolver casos extraños. El laberinto
de las aceitunas, La aventura del tocador de señoras o El
misterio de la cripta embrujada, recorren la ciudad por sus
entrañas más truculentas, la de los barrios bajos habitados por
seres extraños, seres cómicos y ridículos en las entrañas de una
ciudad que desprende glamour.
Makinavaja se desarrolla en el mismo
ambiente. El barrio chino, el bar pirata es el encuentro de un
pequeño grupo de hampones, un grupo de delincuentes y sus cómicas
historias. Prostitutas, inmigrantes, ladrones, policías y el olor a
las tascas (el mismo olor a aceite refrito que encontramos en Madrid,
en Bilbao, en Valencia, en Sevilla) son los protagonistas de esta
otra ciudad, de esta otra Barcelona que también existe, que está
más allá de la Sagrada Familia, más allá del barrio Gótico y del
puerto, más allá de la diagonal y la Gran Vía, más allá de los
turistas y la grandilocuencia de la belleza del lugar. Esa otra
Barcelona que configura la que vemos, aunque permanezca oculta.
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