Evidentemente los españoles quieren
ganar dinero. Y para ganarlo la manera más fácil, directa y tal vez
justa, es trabajar. Así que es evidente, que sí, que los españoles
quieren trabajar. Pero eso no significa que quieran hacerlo a
cualquier precio, que quieran trabajar más que sus derechos, más
que su vida personal, más que sus vicios o sus pasiones. Y todo eso
está defendido por unos derechos que están en vilo. La crisis
agresiva, su más agresiva solución y el espejo chino en el que nos
miramos dan oportunidades a muchos de hacer lo que siempre han
querido. Flexibilizar el mercado de trabajo. O hacer más simple el
despido. O eliminar derechos que se han ganado durante mucho tiempo y
que acortaban la distancia entre el trabajador y su contratador que
consumía una plusvalías que eran un poco menores sabiendo que el
bienestar del trabajador es indispensable.
Ahora todo eso se está cayendo. No
importa nada que no sea reducir la cifra de paro. Da igual cómo. Da
igual si el trabajo generado es bueno o malo, es de calidad, es
inhumano, es indigno. Todo es indiferente siempre que el mercado lo
requiera.
Y quejarse no es una opción. El que se
queja está siendo antipatriota. Aunque lo que de verdad le importe
sea su cuenta corriente, su mujer y su vida, está esquilmando a su
país y por ello debería ser sancionado. Así están las cosas.
Antiespañoles y descarados que se quejan sin necesidad ni remedio.
Al otro lado la crisis feroz y sus agitadores y los que ganan con
ella. Tal vez la vida sea reversible. Aunque no lo parece.
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