La rumba es un ritmo
alegre, que invita a bailar, a la felicidad. Pero tiene, sin embargo,
un fondo triste, un fondo trágico que contrasta con su ritmo. Unas
historias tristes que se cuentan con una música alegre, eso es la
rumba muchas veces, la más triste de las músicas.
Miguel Benitez, una
de los componentes de Los Delinquentes, es el ejemplo de esa dualidad
triste y alegre de la rumba. Sus canciones, cada vez más oscuras,
más negras, mostraban no sólo su vida, sino también toda la
tristeza que vivir conlleva.
Chinchetas en el
aire, Poeta encadenado o El aire de la calle muestran esa tristeza
que puede esconder la rumba, esa biografía íntima que escribió
Miguel de su vida y de lo que escondían sus sentimientos y su
realidad.
Una vida en la que
el amor es triste, porque no puede resolver la soledad absoluta del
hombre, la soledad con la que nace y con la que muere. El ansia de
libertad, la búsqueda de una vida acorde con lo que necesita de
manera natural la personalidad de un hombre, son constantes en la
obra de Miguel.
Y todo suele acabar
en una gran frustración, en una tristeza que va mucho más allá de
la puntual pérdida del amor o de la falta de dinero, una frustración
que va más allá, que va hacia la verdad misma de la vida, una
verdad que no puede satisfacer al hombre.
Problemas
existenciales, que Miguel sabe expresar con viveza, con imaginación,
con las palabras que los demás no saben poner a su vida. Así creó
Miguel una obra que habría sido mucho más grande si no hubiera
muerto prematuramente.
Una obra triste que
sabía recubrir con alegría, mostrando así la paradoja que el es
mundo, la antítesis entre vivir y sentir, entre vivir y pensar. La
misma paradoja que muestra la rumba muchas veces, historias tristes y
música alegre. Bailar mientras se llora. Y seguir cantando en medio
de la noche.
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