La cultura y su
contra van unidos en muchas ocasiones. Aquellas ficciones que sirven
de contrapunto, que se burlan o que dan la vuelta a los originales,
acabando con el tono de petulancia y de pretensión de la ficción
original. O lo que es lo mismo, no todo puede ser grandioso y
magnificente en la ficción y en la cultura.
Eso es lo que
pensaba Jess Franco. Su cine es así, un cine que huye de las grandes
pretenciosidades, que pretende divertir a la gente y que para ello no
para en si lo que muestra es de buen gusto, si es conveniente o si es
coherente. Sólo le vale que sea divertido.
Franco, de cuya
figura hay una semblanza en algunos relatos y artículos de su
sobrino, Javier Marías, es presentado por este como un bala perdida
que era tratado con cariño pero con extrañeza por su familia y que
siempre era visto como sospechoso por su trabajo y por sus gustos
casi pornográficos en algunos momentos.
Esa semblanza que
hace Marías de su tío se ve ampliada y complementada por el
documental que se estrena estos días sobre la vida y la obra de
Franco, todo un rompedor cinematográfico y más aún en la España
de la censura. Llámale Jess Redux es el título del documental sobre
este autor tan personal y atípico, que sabía que lo más importante
siempre es el público y que dejó alguna de las películas más
memorables del cine español.
Además y de manera
póstuma se estrena Revenge of Alligator ladies, la obra que no pudo
concluir Franco, pero que Antonio Mayans, uno de sus actores
fetiches, ha terminado tras la muerte de Franco.
Dos películas que
devuelven a la actualidad a un autor extraño y delirante que hizo
las delicias de muchos y que supo jugar con los grandes gustos del
público de todos los tiempos: el sexo y la violencia.
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