En el amplío mundo
del arte, considerando arte también la industria del
entretenimiento, hay eso que podríamos llamar variación de
velocidades económicas. Mientras hay artes que mueven poco dinero,
otros, siguen con una salud robusta y generando cada vez más y más
beneficios.
Mientras los
beneficios para los cineastas, los actores y los escritores son cada
vez más estrechos, agobiados por muchos factores incluyendo la
piratería entre ellos y no precisamente como uno menor, el beneficio
para determinados artistas plásticos sube y sube.
Mientras algunos
artistas se encuentran luchando por la supervivencia, no sólo su
propia supervivencia, también por la supervivencia de su labor, de
su propio arte, otros baten continuos récords de venta.
El mundo de las
subastas y del arte privado, por así llamarlo, ha vivido estos días
su mayor explosión en Londres, durante la feria Frieze, con ventas
que han superado los 1725 millones de euros en una semana. Una
cantidad de dinero con la que no pueden competir el cine o la
literatura.
Ante su exclusividad
(sólo hay un objeto, uno, que puede ser adquirido) no pueden
competir el cine con sus miles de copias o la literatura con sus
millones de ejemplares. Esa exclusividad es la principal baza del
arte plástico. Una exclusividad de la que siempre podrá hacer gala
el propietario, más allá de modas o movimientos artísticos.
El mercado artístico
sigue pujante, pero las ideas para el resto de mercados no aparecen,
y estos, empujados por impuestos, falta de espectadores, legislación
y muchas veces de atractivo, languidece esperando tiempos mejores que
tal vez algún día lleguen.
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