Las noticias hablan de ataques realizados con drones, pequeñas máquinas teledirigidas que realizan labores de vigilancia, control y ataque para aquellos que las manejan. Sin necesidad de piloto, sólo con un monitor que conecta al operador con el entorno, estas máquinas realizan misiones que serían peligrosas para un ser humano.
Esos drones, cada vez más avanzados, requieren cada vez menos manejos por parte de sus controladores. La tecnología avanza y esas máquinas cada vez son capaces de mayores misiones. En muchos lugares patrullan, enviando imágenes a los operadores y esperando que estos les den órdenes. Pero no parecen lejanos los tiempos en que esas máquinas no precisen órdenes, que sean capaces de decidir mediante algoritmos y programaciones.
Por eso, la nueva versión sobre robocop parece cada vez más cercana, más posible, más cierta. Un robot, mitad humano, mitad máquina, que se dedica a vigilar la ciudad. Que usa la tecnología para defender, vigilar y controlar los problemas.
Esos robots de la ficción parecen cada vez más posibles, más cercanos. Por eso la película, además de ser una versión actualizada del gran éxito de los 80, es una pertinente crónica de lo que puede pasar con el uso de las máquinas.
En la primera versión un robot sin control humano no sabía responder por sí solo ante problemáticas diversas y acababa por disparar sin control sobre los inocentes. Ese dron, al fin y al cabo no se diferencia en exceso de los que ahora surcan nuestros cielos.
Puede que Robocop sea sólo un entretenimiento, una nueva fantasía sobre hechos que parecen cercanos, una fabulación sobre lo que podría ocurrir y nunca ocurre. Pero puede también que muestre un futuro posible, algo que aún no sucedido pero que podría suceder, algo que la ficción lleva siglos mostrando.
Esos drones, cada vez más avanzados, requieren cada vez menos manejos por parte de sus controladores. La tecnología avanza y esas máquinas cada vez son capaces de mayores misiones. En muchos lugares patrullan, enviando imágenes a los operadores y esperando que estos les den órdenes. Pero no parecen lejanos los tiempos en que esas máquinas no precisen órdenes, que sean capaces de decidir mediante algoritmos y programaciones.
Por eso, la nueva versión sobre robocop parece cada vez más cercana, más posible, más cierta. Un robot, mitad humano, mitad máquina, que se dedica a vigilar la ciudad. Que usa la tecnología para defender, vigilar y controlar los problemas.
Esos robots de la ficción parecen cada vez más posibles, más cercanos. Por eso la película, además de ser una versión actualizada del gran éxito de los 80, es una pertinente crónica de lo que puede pasar con el uso de las máquinas.
En la primera versión un robot sin control humano no sabía responder por sí solo ante problemáticas diversas y acababa por disparar sin control sobre los inocentes. Ese dron, al fin y al cabo no se diferencia en exceso de los que ahora surcan nuestros cielos.
Puede que Robocop sea sólo un entretenimiento, una nueva fantasía sobre hechos que parecen cercanos, una fabulación sobre lo que podría ocurrir y nunca ocurre. Pero puede también que muestre un futuro posible, algo que aún no sucedido pero que podría suceder, algo que la ficción lleva siglos mostrando.
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