Preso de la fama y del peso que esta tenía en su vida, Lewis
Carroll confesó que ojalá nunca hubiera escrito su obra más famosa, Alicia en
el País de las Maravillas. El libro y su continuación fueron una serie de
relatos que el propio Carroll ideó para las hijas de una familia amiga suya.
Durante mucho tiempo se ha especulado con la extraña
relación de Carroll y esas niñas a las que divertía y para las que escribió las
obras que ahora son ya un indiscutible en la literatura moderna.
Pero Carroll no gustaba de la fama que su obra le había
ofrecido y deseó no haber escrito nunca su obra, no haberla publicado y que
esta hubiera quedado en el olvido. Esto, algo que parece impensable para todos
aquellos que no nos dedicamos a crear ni sabemos de sus consecuencias.
Sin embargo Carroll no es el único autor que ha pensado en
destruir su obra. Es famoso el caso de Virgilio, quien en su lecho de muerte
pidió que la Eneida
no su publicara. Como él muchos otros han renegado de su trabajo de un modo o
de otro.
Preocupados por la calidad el producto que ofrecían, muchos
directores se han escondido detrás de un seudónimo para ocultar que en realidad
eran ellos los que dirigían una película. Alan Smithee o Smith era ese nombre
que se hizo popular entre aquellos que despreciaban su obra.
Renegar de lo hecho es habitual entre el ser humano. Pero
cuando eso lleva nombres y apellidos es más difícil. Y mucho más cuando se
trata de una obra pública, accesible y famosa. Es difícil desligarse de ella,
renegar de ella, aunque se desee no haberla publicado.
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